BECHOL LASHON Español – Peligra el legado de Bartali, el ciclista italiano que salvó a 800 judíos
En Ponte a Ema, una pedanía con cuatro casas en los campos de la Toscana, hay espacio para dos templos: la parroquia que lleva el mismo nombre de la población y el museo dedicado a Gino Bartali, el auténtico patrón local. Devoto como pocos, el empeñado ciclista probablemente no hubiera tolerado el símil, pero en una tierra de santos y beatos, todavía quedan fieles que acuden a honrar al último corredor de los de antes. A un ciclista que tiene en casa un santuario bien modesto, y amenazado de cierre, de olvido, arrastrando una leyenda que trasciende el deporte. Si uno todavía no ha entrado en el culto a Bartali, al llegar se sorprenderá con un edificio con pinta de biblioteca de barrio y un misterioso tendedero abandonado en una de las puertas. En el interior, el espacio es diáfano: las bicicletas con las gomas deshinchadas se agrupan en los laterales, los maillots de lana de un glorioso color amarillo o el multicolor de campeón mundial cuelgan de las paredes y, al fondo, junto a una vitrina con trofeos en los que se lee el nombre de Henri Desgrange -cofundador del Tour de Francia- aparece una reproducción en cartón del gran Gino, con ese rostro de heroico sufrimiento de los campeones en las cimas alpinas. Lo más interactivo es una sala con pupitres en la que se reproducen vídeos con las hazañas en la carretera. De ahí que a los niños que vinieron de excursión al museo de Bartali, el ciclista que logró salvar a 800 judíos durante la Segunda Guerra Mundial, se les agote rápido la paciencia. Junto a esa imagen de leyenda está la bicicleta original en la que recorrió una Italia asediada por los bombardeos transportando salvoconductos para los judíos amenazados, bajo el pretexto de entrenarse en un periodo en el que la ausencia de competiciones le privó de prolongar su palmarés. Y allí, en medio del griterío de los muchachos, observa Lisa Bartali, nieta del corredor. La joven, que apenas supera la treintena, asegura que tanto ella como el resto de su familia reciben periódicamente cartas de judíos que consideran a su abuelo «un héroe» y que les gustaría venir a visitar el museo. Obviamente no son conscientes de lo que van a encontrar, como tampoco «mucha gente de Florencia, que ni siquiera saben que existe», declara Lisa. Pero rendirle culto a Bartali no sólo significa «un justo homenaje a alguien que puso en riesgo su propia vida para conseguir el bien de los demás», explica la nieta, «sino también al ciclista italiano más grande desde los años 30 a los 50». Logró dos Tour, tres Giros, nueve clásicas -Milán-San Remo, Giro de Lombardía…- y que mantuvo un histórico duelo con Fausto Coppi, el único que puede discutir la horquilla de tiempo que calcula Lisa Bartali.
Rivalidad con Coppi
El ciclista toscano fue el último ejemplo del gran ganador que preparaba las carreras a base de vino y un buen banquete. La fuerza y el empeño le bastaron, precisamente hasta la irrupción de Coppi, obsesionado ya con la dieta y la preparación atlética. Si Bartali era el trabajo, Coppi era el talento, gracias a unas piernas finas y una cabeza incauta que lo llevaron a protagonizar algunos de los momentos más memorables de este deporte, con escapadas ganadoras a 200 kilómetros de meta. Andrea Bresci, íntimo de Gino y presidente del Club de Amigos del Museo del Ciclismo, concentra su recuerdo en esa rivalidad y esquiva las preguntas sobre la supuesta relación de su amigo con el régimen de Mussolini. «Es cierto que quisieron instrumentalizarlo políticamente, pero cuando le pidieron que le dedicara el Tour del 38 al Duce, él se negó», sostiene. Lo que nunca dejó de ser Bartali fue un hombre de profundas convicciones cristianas y una fuerte dedicación, heredada de una familia de agricultores, recuerda Andrea. Si sirve el tópico, Bartali fue un hombre de su tiempo. Nació en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial, y le tocó vivir en la Italia subdesarrollada a la que se dirigía el fascismo. Aunque, puestos a los lugares comunes, nadie como Bartali y Coppi representan mejor a las dos Italias de la posguerra. La de Bartali, al que el papa Pío XII puso como ejemplo a sus fieles desde el balcón de San Pedro, era la Italia del Partido Democristiano, recto y conservador; la de Coppi, que tomó las armas con los antifascistas en el Norte de África, la del Partido Comunista, idealista y proletario. Tanto es así, rememora Bresci, «que en 1948, cuando el líder comunista Palmiro Togliatti fue tiroteado cuando salía del Parlamento y ante el desorden generalizado en todo el país, el presidente del Consejo de Ministros, Alcide De Gasperi, llamó a Bartali para que diera un golpe de efecto en el Tour que calmara los ánimos en Italia».El campeón italiano llevaba perdidos 21 minutos con el francés Louison Bobet, pero no sólo ganó la etapa aquel día, sino también las dos siguientes en los Alpes. Bartali llegó a los Campos Elíseos con 26 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, una diferencia nunca más superada. Quien fuera después primer ministro, Giulio Andreotti, subrayó más tarde que, si su país no se libró entonces de una guerra civil por el triunfo de Bartali, poco le faltó.
Problemas económicos
Andrea guarda los últimos recuerdos de su amigo Gino, fallecido en 2000, en una cinta VHS, en la que aparecen juntos en un homenaje al ciclista. La tiene a buen recaudo en un garaje que hace las veces de oficina del museo. De uno de los archivadores saca una carta firmada de puño y letra por Bartali y afirma que fue él quien le confirió «la tarea de crear un museo en memoria del ciclismo a unos pasos de su casa natal». En el 118 de la misma calle se lee una placa que dice: «Aquí inició su carrera por la senda de la vida y del deporte. Suscitó entusiasmo y pasión hasta entrar en la leyenda». El club presidido por Bresci se encargó de protegerla desde 2006 -año de inauguración del museo- comprando objetos y recogiendo donaciones de ciclistas como Paolo Bettini. Pero tras una serie de desencuentros con la administración, el Ayuntamiento de Florencia se hizo cargo en 2015. Sin embargo, en la cuna del Renacimiento, el museo de Bartali no parece estar entre sus prioridades. «Una mujer viene a limpiar una vez por semana y la única empleada es la recepcionista, que se encarga de abrir las puertas los viernes y sábados desde las 10 a la una de la tarde y los domingos hasta las seis», lamenta Andrea. «Sólo pedimos que las instituciones se hagan cargo», insiste, para evitar el cierre. En un país acostumbrado a fabricar ídolos, dejar que se marchiten y después refugiarse en la nostalgia ante la incapacidad de renovar el santoral, este año, una etapa del centenario del Giro de Italia partirá desde Ponte a Ema. Vendrán políticos y personalidades del deporte y quizás alguno visite incluso el museo. Después se marchará el pelotón y alguien buscará nuevos hitos como aquel de Bartali en el Tour del 48 para desviar la atención.