Una casa en llamas
Abraham B. Yehoshua lo ha demostrado más de una vez en sus libros: la familia constituye la mejor llave para interpretar y revelar las dinámicas de las relaciones humanas. Se trata de una lección puesta en práctica con maestría por la dramaturga florentina Laura Forti en su último libro Una casa en llamas (ed. Guanda). En algunas obras recientes la autora ha desarrollado algunos aspectos de su experiencia personal, contándonos sobre su primo Pepo asesinato en Chile por los esbirros de Pinochet (en El acróbata), o sobre la búsqueda de su padre biológico (en Quizás mi padre).
Ahora Laura está probando su mano en una novela. Los personajes son ficticios, pero el marco de la historia alberga una narración íntima que le es congenial. Va de una familia de judíos italianos con rasgos a la vez particulares y universales. El marido, Sergio, es muy tradicionalista, mientras que Manuela, su mujer, es más “judía cultural”. Ella es también la narradora de esta historia que se extiende de verano a verano y de la que forman parte, juntos con ellos, sus dos hijos. Un drama se asoma a sus vidas: un cáncer de mama, una diagnosis de enfermedad tras un control de rutina. Esto representa la primera chispa de un “incendio catastrófico que arrolla todo”.
Alegría y dolor, arrepentimiento y esperanza: esto es la vida con sus múltiples facetas de emociones. El reto es aceptarlas, vivirlas conscientemente, lo que van a aprender los protagonistas de la hermosa novela de Forti. Se trata de personajes sobre los que recae el legado de lo que la escritora define “las dos antípodas de judíos de la posguerra”. Es decir, por un lado una madre “que había renegado del judaísmo, pero seguía sintiéndose parte de él”, y por otro un padre “que vivió el sueño sionista y regresó”. A partir de eso nace la misión que Manuela y Sergio sentían desde la infancia. Ellos quieren “indemnizar” a sus padres, que durante la juventud fueron víctimas de la persecución fascista, a través de una acción de origen moral: “llevar a cabo lo que dejaron sin terminar”. Esta unión se pondrá a prueba debido a unas situaciones que la harán vacilar, pero del tormento de ese recorrido proceden aún lecciones preciosas. Mientras tanto se hace patente la necesidad de acoger la vida en su movimiento, tan “desordenada y contradictoria, aproximada y arrugada”.
Además no hay una felicidad única, en efecto para algunos se trata de “un camino paciente y lineal”. Para otros, como Manuela, es algo más “complicado, tortuoso, con el riesgo de caer por un paso en falso o una hoya”. Y luego que “no todos los días de la semana son un milagro como el Shabbat”. A pesar de esto, “lo importante es tener fe que esa luz volverá a manifestarse”. Una casa en llamas es también un medio excelente para llevar un poco de Italia judía en las casas de los italianos.
De Chanukkah a Pesach, se celebran las festividades principales, creando así una oportunidad para contarse. No siempre el clima que las rodea es idílico, como por ejemplo en el Seder descrito por Forti, donde las tensiones emergen explosivas. Pero, también en los momentos más caóticos, la vida sigue siendo algo para amar y para agarrar. Es decir, es como “el vaso que se rompe bajo los zapatos en las bodas judías”. Se trata de un paradigma y un símbolo de “toda la destrucción por la que tenemos que pasar para volver a estar enteros y luego unidos en una pareja”.
Traducido por Diana Drudi, estudiante de la Escuela Superior de Intérpretes y Traductores de la Universidad de Trieste, pasante en la oficina del periódico de la Unión de las Comunidades Judías Italianas – Pagine Ebraiche.